Desarrollo emocional en la infancia

16-01-2020

 

¿Qué es el desarrollo emocional? El desarrollo emocional es un concepto complejo que implica un gran número de aspectos como el surgimiento de las emociones, su expresión, toma de conciencia y regulación tanto en los demás como en nosotros mismos. Este proceso va ligado a su vez tanto al desarrollo cognitivo como al desarrollo social, retroalimentándose entre ellos con gran fuerza, junto al desarrollo del lenguaje.

 

 

Los niños experimentan sensaciones ligadas a aspectos elementales y primitivos desde su nacimiento. De modo que el mundo del recién nacido se basa en parámetros emocionales muy primarios fundamentados por sus necesidades y acciones básicas. Solo con el paso del tiempo y gracias a la interacción con el entorno se podrá ir dando forma al gran abanico emocional que todos tenemos.

 

Aunque aún no se ha llegado a establecer con exactitud cuáles son los momentos exactos en los que aparecen los diferentes tipos de emociones, todo parece indicar que es a los 10 meses cuando los niños muestran toda la gama de emociones básicas comúnmente conocida: alegría, miedo, tristeza, ira, sorpresa y asco, las cuales se van desarrollando progresivamente según su maduración cerebral. No obstante, conviene indicar que esto puede variar dependiendo de la aparición de circunstancias especiales según los investigadores.

 

Además, a nivel de expresión emocional si bien es cierto que los bebés muestran diferentes tipos de expresiones faciales como de interés, asco o malestar, estas no tienen porqué ser adecuadas a la situación o estímulo que las provoca. Pero sí es importante destacar el valor de comunicación que conllevan destacándose como señales que regulan las conductas de las figuras de apego para satisfacer las necesidades infantiles.

 

La importancia de la educación emocional.

Los niños presentan desde su nacimiento la necesidad de ser sostenidos emocionalmente por otros, y fruto de ello, encontramos su predisposición innata para la construcción del vínculo de apego. El nexo de unión entre el bebé y su cuidador a través del cual sentirse seguro y protegido cuando se produce de manera sana, libre de rechazos y conductas ambivalentes. La relación de apego es la que provee de las oportunidades para comenzar a empatizar, ya que se configura como el contexto privilegiado donde los bebés pueden aprender a expresar, interpretar y compartir emociones a través de las diferentes interacciones con su cuidador principal y que influirá en el establecimiento de las relaciones futuras.

 

Las palabras, las miradas, las canciones, los abrazos, las caricias… todo ello va configurando el mundo emocional y vincular del bebé, y satisfacer esas necesidades afectivas es tan importante como las necesidades puramente fisiológicas. 

 

¿Cómo podemos contribuir a mejorar el proceso de educación emocional para facilitar a los niños la gestión de sus propias emociones y que se conviertan en un futuro en adultos alfabetizados emocionalmente?

 

 

Esta nueva disciplina es definida por Rafael Bisquerra como «un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo humano, con objeto de capacitarle para la vida y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social«.

 

Su aplicación es muy variada y se adapta a todas las edades, siguiendo una metodología práctica, por ejemplo, a través del juego en el caso de los niños y con temáticas dirigidas a favorecer las competencias emocionales tales como la inteligencia emocional, la identificación y gestión de emociones en uno mismo y en los demás, entre otras. 

 

  • En primer lugar, hemos de tener en cuenta que un niño podrá desarrollar su inteligencia emocional y su empatía en la medida en que encuentra y se relaciona con adultos que son capaces de reconocer sus emociones, regular y manejar sus estados internos.
  • En segundo lugar: Es necesario desarrollar la competencia emocional en el niño. Existen multitud de materiales, técnicas y juegos que pretenden ayudar al niño a identificar y poner nombre a lo que siente y percibe. El objetivo es ayudarle a contactar con su mundo interno, y que pueda manejar y optimizar sus pensamientos, emociones e impulsos; y también observarlos en los demás.
  • En tercer lugar: desarrollar un entorno y unas relaciones emocionalmente competentes. Este último punto tiene que ver con promover una gestión del sistema basado en la Educación Emocional. Ya sea en la familia, en el aula, en una relación de pareja… La idea es que entre todos los miembros de la familia, logramos más y mejores cosas, que una buena comunicación permite un mejor funcionamiento del sistema al completo, y que cada uno pueda sentirse uno mismo, desarrollarse y experimentar, sin dañar a los demás. 

 Así, la educación emocional emerge como afirma Bisquerra como una educación para la vida con el objetivo de posibilitar un mayor bienestar emocional que redunda en un mayor bienestar familiar y social.